Una Historia de la Vida Real «El Naufragio del “ELIZABETH” en la Isla de la Tortuga

El Naufragio del “ELIZABETH” es una historia es real y cierta , contada por su  propia protagonista  Alejandra Melendez, Comunicadora Social y Periodista, 26 años, Colombiana, apasionada por la buena mesa y por descubrir nuevos lugares como la Isla de la Tortuga donde le ocurrió la tragedia.

El Naufragio del “ELIZABETH”

Hoy 31 de enero de 2016 más que nunca quiero darle gracias a Dios por mi vida, la de mi hermana, mi novio y mis amigos…Lo que iba a ser un paseo de fin de semana a La Tortuga, una isla paradisíaca ubicada al Sur Caribe de las costas Venezolanas, se convirtió en el antes y después de nuestras vidas, que seguramente nos marcará para siempre.

-Sábado 16 De Enero de 2016

El reloj marcaba las 5:00 am cuando arribamos al muelle Guayacán ubicado en el pueblo costero Higuerote a una hora de Caracas. La propiedad era del Sr. Gualberto Marcano, a quien contratamos para viajar a una de las islas más hermosas de Venezuela. El barco que nos llevaría estaba bautizado con el nombre Elizabeth. A las 5:10 am zarpamos hacia La Tortuga. Embarcamos los seis; Ronald, Kelly, Daniel, Andrea, Alain y yo, más tres personas de la tripulación, Daniel el capitán, David el marinero y Laura, la ayudante.

Todo parecía ser normal, el sol aun dormía y nos disponíamos a iniciar un día de descanso y ocio en nuestro destino. Considerado un paraíso terrenal. Iniciamos nuestro recorrido, todavía con el cielo oscuro. Ubicamos nuestras cosas en las habitaciones. Mi novio y yo, dormiríamos en la habitación principal, Kelly y Daniel en la sala de estar y Alain y Andrea en la segunda habitación. Las dos equipadas con baño, ducha, lámparas y un televisor pantalla plana. En la salita había un sofá y dos sillas, justo al lado de la cocina donde reposaban bananos y mandarinas que llamaron mi atención. Me acerqué donde la señora Laura, quien preparaba el café de la mañana, tomé un banano y conversé unos minutos con ella. Se acercó mi hermana y nos sentamos por un momento en el sofá, junto con los demás del grupo. Hablamos un par de cosas y subimos a la proa a explorar el barco. Luego nos sentamos en la popa a esperar el desayuno, encendimos la música del iPhone de uno de los chicos, -recuerdo que sonó una de Kings of Leon, “Your sex is on fire”- y nos dispusimos a desayunar. Laura nos dio el desayuno, unos sandwich con jamón y queso, jugo de naranja, una taza de café y la famosa pastilla para el mareo “viajesan”. Según ella, esa sensación que provoca revoltijo en el estomago era inevitable. Nos esperaban casi 6 horas navegando para llegar a La Tortuga.

Tomamos el desayuno y por supuesto la pequeña pastilla blanca para el mareo. El trayecto inició y habría transcurrido una hora cuando me empecé a sentir mal. El barco estaba en movimiento de tal manera que no podíamos sostenernos en pie, seguíamos sentados en la popa, pero poco a poco nos fuimos separando. Andrea se fue a la habitación, Alain y Daniel se quedaron en la popa, Kelly, Ronald y yo, subimos a donde estaba el capitán, según él, allí se sentía con menor intensidad el movimiento. Estuvimos allí observando el paisaje, el sol ya se había asomado entre las nubes, un color naranja fue apareciendo y mientras las manijas del reloj avanzaban, dejábamos la costa a nuestras espaldas. Kelly parecía sentirse bien, así mismo los demás, Alain ya dormía en una de las sillas de la popa y Daniel ya no estaba, se había ido a dormir a la sala.

El Grupo
El Grupo

Después de un tiempo, no tengo noción que tantos minutos o segundos, me seguía sintiendo peor. El mareo aumentaba y el revoltijo en el estómago era una sensación horrible. El vómito fue inevitable. Pero al cabo de unos segundos me sentí mejor. Respiré pausadamente, tomé mucha agua, y de nuevo una pastilla para el mareo. Estábamos allí ubicados en la parte más alta del yate y seguíamos avanzando en el inmenso mar. Según el GPS ubicado en el tablero, llegaríamos a las 10:45 am. Seguí allí y observaba como David, el marinero estaba sentado en la popa con la caña dirigida hacia el agua con la intención de pescar, Laura, estaba cerca de el y se paseaba entre la popa y la parte interior del barco.

Después de estar ahí unos minutos, Ronald bajó a la habitación, también empezó a sentirse mareado, detrás siguió Kelly y después yo. Ronald se asomó para ayudarme a bajar las escaleras, entramos a la habitación y nos acostamos a dormir. Ya ahí, sentí un alivio, el movimiento del barco era suave y nos mecía como cuando arrullan a un bebé para conciliar el sueño, fue una de las siestas más profundas y placenteras que he tenido.

En ese momento, los demás también dormían.

Habrían transcurrido unas cuantas horas, ya estábamos en mar abierto cuando escuchamos un estruendo que nos despertó automáticamente. Todos nos percatamos del enorme ruido, sin embargo, por unos segundos el sueño fue más fuerte.Yo me levanté por el deseo de ir al baño -había tomado mucha agua- y pensé: “voy al baño y así subo y averiguo que fue lo que sonó”.

-Pensábamos que podía ser un motor, que se había apagado o algo similar. Sucede que, a los minutos de zarpar, me dio curiosidad un cuadernito marrón que la tripulación había dejado en la mesa donde anotaban una breve bitácora de los viajes anteriores de Elizabeth. Allí, relataban que en varias ocasiones el motor se apagaba, o echaba humo negro. En el momento de leerlo, no pensé en la gravedad del asunto-.

Me levanté de la cama, caminé tres pasos hacia el baño, su puerta ya estaba abierta por el movimiento del barco. No la ajusté, la dejé entre abierta y cuando me disponía a acomodarme el traje de baño para salir, dirijo mi mirada hacia el piso y me encuentro con la horrible escena que uno cree solo pasa en las películas de terror: había agua entrando por la orilla de la puerta del baño, entraba con presión al barco. Dentro de mí, no dimensionaba lo que eso significaría.

El Naufragio del “ELIZABETH”Despavorida, salgo del baño y les aviso a Kelly y Ronald, lo que acababa de ver. Subo donde el capitán y le advierto que he visto agua entrar por el camarote principal. El manda al marinero a verificar, y en cuestión de segundos todos se levantan. No entendíamos que había pasado. Eran las 9:30 am, el cielo estaba pintado de un azul brillante y el sol resplandecía en el agua.

Habían transcurrido cuatro horas de viaje. La tripulación entró en estado de alerta y nos dio los salvavidas, el capitán intentó llamar por satélite, comunicarse con alguien, pedir ayuda, pero todo fue en vano. Gritaba ¡maldita sea! ! ¡como va a pasar esto, estamos a 11 millas!

Sus palabras nos desconcertaron y aumentaron nuestra preocupación y miedo de lo que podría suceder. Con ayuda de los chicos el marinero soltó el dingui, un pequeño bote inflable que estaba colgado en el yate. Mientras tanto, todos estábamos en en estado de shock, nos mirábamos en silencio, el miedo se veía en nuestros ojos. Sin embargo, tratamos de mantener la calma.

Nos ajustamos los chalecos salvavidas y lo siguiente, era abandonar la embarcación. En medio del caos, el tiempo iba pasando y el agua empezaba a inclinar el yate, cada segundo era oro. Se escuchaban gritos y ordenes del capitán hacia sus compañeros : ¡saca el GPS, no sueltes el satelital, sube a los pasajeros!

Efectivamente, nos subimos al dingui, primero fue Andrea, quien lloraba al ver la escena en la que estábamos inmersos. Después subió Kelly, quien llevó a sus hombros un morral negro con brillantes que pesaba una tonelada, un forro con su portátil y mucha incertidumbre sobre su ser. Yo subí al dingui de tercera y llevé conmigo el morral negro y el bolso personal. Lo que llevaba al viaje. Estos me los pasó Daniel pues yo salí sin nada del miedo que sentía. Dentro de ellos tenía la ropa de playa y todas mis cosas personales, incluyendo identificación personal, tarjetas y la preciada cámara de Kelly, ella la había guardado allí para evitar que se mojara. Por último ayudamos a subir a la señora Laura, en ese momento Elizabeth se hundía ante nuestros ojos. Todo sucedió en milésimas de segundos. El capitán todavía en la proa del barco, intentaba llamar a alguien que escuchara su llamado de emergencia que indicaba que estábamos en peligro inminente ¡Mayday! !mayday! !mayday! gritaba! pero todo fue inútil.

Ya abordo del dingui, el marinero exclamó: ¡no hay con que cortar la cuerda, el dingui está amarrado al barco, no hay con qué cortar! ese momento fue crítico, abrumador, el único elemento que nos daba cierto grado de seguridad estaba atado al barco y se hundiría con el. Como si la situación no fuera ya aterradora, tuvimos que lanzarnos al agua. El dingui se iría a la profundidad del mar. Quedamos flotando en medio de la nada, con las cosas que teníamos en nuestras manos y lo que había salido por sí solo, mientras el pesado y profundo mar se tragaba a Elizabeth. Desde que entró la primera gota de agua, hasta que el barco desapareció, pasaron menos de 5 minutos.

La escena era escalofriante, nos encontrábamos en medio de aguas profundas, de color azul oscuro y con un oleaje lento que nos movía a su ritmo sobre la superficie. A poca distancia divisé una silla de cuero blanca flotando, recordé que era la del capitán y nadé hacia donde estaba, la abracé y me senté sobre ella, en la otra mano tenía el morral negro. Nos acercamos todos, para evitar que las corrientes fueran a alejarnos. Todos tomamos algún elemento que quedó flotando cuando Elizabeth naufragó.

En el agua, Kelly me miraba con ojos de preocupación, pero le dije que todo iba a estar bien, Ronald, me miraba y se me acercaba, me decía lo mismo, que no me preocupara, que todos íbamos a estar a salvos, que nos tranquilizáramos. Pero la preocupación era inevitable, hallarnos en pleno mar abierto sin el dingui, que era nuestra esperanza resultaba una escena desconsoladora.

Quedar flotando en el agua era el peor escenario, disminuía la posibilidad que alguna embarcación nos viera, la temperatura del agua podía generarnos hipotermia, cansancio, no disponíamos de agua potable para hidratarnos, hubiese sido complicado mantener el grupo unido durante la noche sin tener algún elemento grande de donde sostenernos a flote, tener un ataque de pánico al sentirnos indefensos frente a la inmensidad del mar, hubiese desencadenado acciones que a veces ni quiero imaginar. Pensar en los animales que habitan esas aguas, los tiburones o cualquier pez extraño que tan solo rozara nuestro cuerpo nos llenaba de pánico, rápidamente soltamos esos pensamientos. Estar en esas aguas me recordó que somos diminutas criaturas, frente a un mundo que no le pertenece a los hombres, sino a los animales del mar, a quien más que miedo hay que tenerle respeto.

Pasaron unos minutos para que el mar escupiera el dingui. Por obra y gracia de Dios salió a flote. En él podíamos estar más seguros y flotaríamos al menos sobre una superficie. Aunque a duras penas podía albergar menos de la mitad del grupo, podíamos pensar con más calma qué hacer, y no estaríamos tan expuestos como si lo era estar flotando sobre esas aguas profundas.

Esos minutos fueron los más largos de nuestras vidas. El marinero, Alain y Ronald, nadaron hacia el pequeño bote para tratar de voltearlo, el marinero se puso de pie sobre el bote e hizo señas con los brazos, intentando buscar ayuda, que alguien nos viera. A lo lejos se veía un peñero que apareció milagrosamente, usualmente por esa área, y a esa hora no transitan este tipo de embarcaciones pequeñas. Después de intentar desesperadamente lograron voltearlo y nos ayudaron a subir. Estábamos las cuatro mujeres de nuevo en el bote, con algunas de las cosas que rescatamos del mar y con un estado de pánico y temor que jamás hubiésemos pensado sentir aquella mañana del sábado.

Los hombres estaban flotando, todos teníamos salvavidas e intentábamos salvar nuestras pertenencias. El peñero se acercó un poco, le dijimos lo que había sucedido y prometió que pediría ayuda, nosotras le gritábamos que por favor no nos dejara, que nos subiera a la lancha al menos a las mujeres. El señor, venía con un grupo de turistas que también iban a La Tortuga, prometió volver con otros peñeros y rescatarnos. Su lancha estaba casi llena. Dio la vuelta y confiamos en su pronto regreso.

En medio de esa zozobra los hombres del grupo estaban flotando a nuestro alrededor. Al poco tiempo, tal vez 15 minutos llegaron dos peñeros a rescatarnos. Nos subimos en la lancha Andrea, Kelly, la señora Laura, Daniel y yo en una y el capitán, Ronald y Alain en la otra lancha. Las personas nos dieron la mano y nos ayudaron a salir del dingui. Al subirme, vomité del pánico que tenía, al darme cuenta de lo que acababa de suceder, de lo que nos habíamos salvado. El final pudo haber sido otro, si no fuera por los peñeros que llegaron pronto por nosotros. Estaba anonadada por lo que pudo haber sido una tragedia. Pensaba en mis padres, en mi familia, me atormentaba pensar que hubiese sido de nosotros si nos hubiésemos quedado más tiempo allí teniendo mínimas posibilidades de ser rescatados, pensaba que nada vale, ni nada importa más que la vida. Más que quienes sufren por nosotros, pues en esos momentos pensaba en lo que pudiesen haber sentido mis padres, me surgía la pregunta ¿y si ese hubiese sido el final? ¿donde quedaban mis sueños? ¿mi vida? me aferraba al hecho de que nada de eso pasó y que esta era una nueva oportunidad, un renacer, un volver a empezar y que la vida es como una montaña rusa con subidas y bajadas y que debemos ser fuertes para superarlas y aprender de ellas.

Emprendimos marcha hacia La Tortuga. Estábamos a 11 millas que en tiempo significaba casi una hora de trayecto. En el camino, la gente nos preguntaba como había ocurrido todo, yo respondía como por inercia porque mi mente todavía estaba en shock, observaba a lado y lado y solo se veía mar, un mar espeso y azul, un azul muy oscuro, vi un grupo de peces voladores, eran plateados y muy rápidos, eso me dibujó una sonrisa en el rostro. A medida que íbamos avanzando conversábamos entre nosotros y no podíamos creer lo que había ocurrido, en medio de llanto y risas nerviosas, le dábamos gracias a Dios por estar vivos. Nos abrazamos mi hermana y yo, y pensamos que solo sería una anécdota para contar a nuestros hijos.

Con el pasar de los minutos, el mar empezó a cambiar de color, eso indicaba que estábamos cerca de la isla, yo estaba sentada de espalda, volteaba mi cabeza pero aún no se veía nada. El señor José, quien manejaba el peñero y ángel enviado de Dios, -el se percató de la inclinación del yate a 3000 mts y cambió su rumbo para ver qué sucedía, por eso cuando llegó nos vio ya flotando en el mar- nos dijo que ya estábamos aproximándonos a la costa, que ya pronto llegaríamos.

Para mí fue eterno, seguíamos navegando y solo se veía mar, pero su color era distinto, era de color verde esmeralda, que alumbraba con los rayos del sol, pasaron unos minutos y otros tonos azules pintaron las aguas que nos había visto llorar y flotar mar adentro. Giré mi cabeza y logré observar una mancha alargada de color blanco, alumbrada por el sol. Finalmente, estábamos llegando a La Tortuga.

Fui la primera en bajarme de la lancha, los señores de la isla me dieron la mano y me baje en un segundo, tocar la arena firme fue algo gratificante. Ronald, Alain y el capitán habían llegado unos minutos antes. Corrí hacia él y nos abrazamos, por unos segundos no dijimos nada. Solo era sentir que estábamos respirando, sintiendo nuestro corazón latir y tener el consuelo, que habíamos superado un episodio que pudo terminar trágicamente. Nos unimos todos y le dimos gracias infinitas a Dios por estar a salvo.

Los señores de Barlotour, una agencia de viajes que ofrece paquetes a la isla y tienen campamentos allí nos recibieron muy amablemente. Nos ofrecieron comida y unas carpas para pasar la noche. Eramos el grupo de “los náufragos”.

Nos sentamos en la arena, a la orilla de la playa a reflexionar lo que acababa de pasar en nuestras vidas, todos reaccionamos de distinta manera, lo veíamos igual como una gran experiencia de vida. Con la mente más calmada, empezamos a hacer un inventario de nuestras pertenencias, mi morral llegó casi con todo lo que había adentro, salvo unas cosas personales de aseo, perfume, desodorante, cepillo de dientes, bloqueador solar. El otro bolso que llevaba, llegó casi intacto, estaban los celulares, la cámara de Kelly, eso sí, inundados de agua, la billetera de mi novio con todos sus papeles, las llaves del carro, mis papeles, todo estaba allí. Ronald, llegó con su bolso pero casi vacío, en el agua perdió casi todo lo que llevaba. Andrea y Alain, no alcanzaron a sacar su bolso donde tenían toda su ropa y cosas personales, se hundió con el barco. Rescataron los celulares, uno de ellos funcionando, los papeles y llaves del carro. Daniel logró rescatar su bolso con sus pertenencias. Kelly, logró sacar su bolso con su ropa, y su computadora Mac impregnada de agua salada. -La había llevado para culminar sus compromisos laborales en el trayecto- Al fondo del mar se fue un pequeño bolso negro con la billetera y todos sus papeles. Fue la más afectada, su cámara, portátil, celular, disco duro llegaron llenos de agua. Su fuente de trabajo, y su información que es invaluable, quedaron oxidadas por la sal.

En ese momento las pérdidas materiales, estaban en segundo plano, estábamos desconcertados y lo más importante era que habíamos salido sin ninguna lesión del naufragio. Llegó el medio día y nos sentamos a almorzar con los demás del campamento, pescado fresco y ensalada con arroz fue nuestro plato. Pusimos a secar nuestra ropa en una estructura de madera que sostenía el nombre del lugar donde nos encontrábamos. Nos quedamos ubicados en esa área, a pocos metros de la orilla del mar. La Tortuga ofrece una vista de aguas tranquilas, cristalinas y muy azules, en medio de nuestro suceso, no tuvimos chance de apreciar la maravilla que estaba ante nuestro ojos.

Ronald y yo salimos a caminar, por la orilla de la playa y tomados de la mano caminamos hacia la punta de la isla, fuimos a buscar algo qué comprar para comer, aun teníamos hambre. En el camino hablábamos de lo que nos había pasado. Reflexionamos en cada paso que dimos y pensábamos en lo que hubiese podido pasar, todo ocurrió muy rápido. De un momento a otro pasamos de estar durmiendo, a estar flotando en medio de un mar profundo y de cara a la muerte, sostenidos solo por un chaleco salvavidas pero con mucha fe por salir bien de ese lugar.

Después de unos minutos, llegamos a un campamento donde amablemente la señora encargada del mismo nos atendió. Le pregunté si tenía comida y me dijo que no. Le comenté que nosotros éramos quienes habían naufragado y no teníamos nada de lo que habíamos traído en el barco. Se solidarizó con nosotros y nos ofreció pescado en “rueditas” y arepa, por el costo de 900 bs -que equivalen a 1.20 USD- cada uno. Eran casi las tres de la tarde y el sol ardía. Mientras preparaba la comida empezamos a contarle nuestra historia, nos dijo “por aquí se hundió un barco hace un tiempo pero nadie sobrevivió, ustedes tienen mucha suerte”.

Esos relatos alimentaban mi sensación de alivio de estar vivos pero al mismo tiempo sentía algo por dentro horrible al pensar lo que hubiese podido pasar. Seguimos conversando con la señora un par de minutos más y nos aconsejó llamar a la Guardia Costera para comentarles nuestro caso. Al llegar a la isla entre conversaciones que surgieron, nos enteramos de varias irregularidades que explicaban las posibles causas de naufragio de Elizabeth. Cuando estábamos ya en tierra, la señora Laura, alegaba que la propela había sido mal instalada, que esa semana había estado en reparación y que aparentemente eso sería lo que causó la ruptura de la propela que rompió el casco del barco generando un boquete grande por donde empezó a entrar el agua.

Después de un rato, fuimos a buscar a los demás para comer. Nos sentamos en la mesa que dispusieron para nosotros. Una mesa larga, hecha de madera. Almorzamos y empezamos a conversar lo que haríamos al respecto. Acabábamos de sobrevivir a un episodio que pudo haber sido catastrófico. El dingui no tenía la capacidad para las nueve personas que éramos, solo cupimos las mujeres, ¿Qué hubiera sido de los hombres si nos nos hubiesen rescatado tan pronto? ¿cuanto tiempo flotarían en el agua? ¿cuanto tiempo nos hubiese durado la calma al vernos a la deriva sin agua, provisiones, y sabiendo que nadie sabia de nuestra partida? ¿y si hubiésemos tenido que pasar la noche, o varios días en esas aguas que según los pescadores estaban infestadas de tiburones? ¿qué hubiese sido de nosotros? De solo pensarlo, era escalofriante.

Llegó el atardecer y salimos los seis a caminar hasta la punta oeste de la isla, el sol de color rojizo y perfectamente redondo y brillante empezaba a descender. Su reflejo se podía ver en el mar que a esa hora parecía una laguna por sus aguas tranquilas. Admiramos la belleza del paisaje y regresamos al campamento. Había llegado el señor Marcano, a quien esperamos toda la tarde para hablar de lo ocurrido. El muy tranquilo y campante nos ofreció unos sandwich y jugos que trajo en su camino y nos dijo “muchachos, gracias a Dios están vivos, fue solo un susto, todos tuvimos pérdidas, son cosas que pasan, yo perdí mi yate y bueno hay que seguir. Cuando quieran me avisan y nos regresamos a Higuerote”. Todos nos quedamos anonadados con la actitud del señor, ¿en que cabeza cabe el hecho de tomar un bote de regreso, a las 6 pm después de haber sufrido un naufragio? Firmemente, le manifestamos nuestro rechazo a su propuesta. Pasaríamos la noche en La Tortuga, en una carpa junto a las demás personas del campamento.

El señor Marcano y su esposa e hijo pasarían la noche también allí para regresarnos al otro día en la mañana. Durante su estadía, jamás recibimos como mínimo una disculpa por lo ocurrido. Llegó la noche y los señores del campamento nos invitaron a cenar con todo el grupo, habían servido arroz, pescado frito, papas con especias y papelón. Cenamos y nos quedamos recapitulando todo lo que nos había pasado, desde el momento que llegamos a la isla hasta el día de hoy, no hay un momento del día que no hablemos de nuestro naufragio. Era una mezcla de risas, llanto, preocupación, optimismo y alegría.

Terminamos de cenar y nos reunimos en la playa a hablar con los pescadores que nos compartían sus historias y nos repetían una y o travez nuestra suerte al haber salido ilesos de semejante episodio. La noche transcurrió y el cielo se tiñó de un negro intenso que jamás habían apreciado mi ojos. Hasta ahora ha sido la noche más mágica que he tenido ante mí, miles de estrellas engalanaron ese dieciséis de enero. Observar la luna que alumbraba el inmenso mar, ver una estrella fugaz y como tal, tener el privilegio de admirar esas maravillas de nuestro planeta me hizo sonreír como en gesto de agradecimiento a Dios por estar allí para presenciarlo. La vida sin duda alguna es una lotería, que se se puede ir entre las manos en segundos y esta experiencia me ha dejado una enorme enseñanza desde lo material, lo banal, lo espiritual.

Pasamos la noche en carpas, la brisa fue fuerte pero logramos dormir bien. Salió el sol y nos dispusimos a alistar las cosas para regresar a Higuerote y posteriormente a Caracas. Desayunamos, nos bañamos unos minutos en el mar y hacia las 9:00 am llegó la Policía Costera. Le contamos lo ocurrido y su cara de sorpresa se veía a simple vista. Previamente había hablado con el señor Marcano quien le dijo que nosotros éramos amigos y familiares suyos, por lo tanto no nos había cobrado nada por trasladarnos a La Tortuga y que de paso el venía en la embarcación. Al entrevistarse con el, los guardacostas se dieron cuenta que el dueño del yate había incumplido con una serie de requisitos que son vitales a la hora de salir a navegar. No contaba con permiso para navegar con turistas ni cobrar por ese servicio, no tenía zarpe, no reportó a Capitanía de Puerto nuestros nombres ni número de identificación. Todas las embarcaciones deben reportar a capitanía la hora de salida, el destino, los pasajeros, la fecha y una hora tentativa de regreso. Con estas medidas pueden tener un control y así mismo ayudar en emergencias como la nuestra. El señor Gualberto Marcano, saltó unos procesos que en teoría se deberían hacer y al no hacerlos, puso en riesgo nuestra seguridad y nuestra vida.

Regresamos a Higuerote sin ningún percance y con el propósito de alertar a las autoridades pertinentes de lo ocurrido, pusimos la denuncia del naufragio en la Capitanía de Carenero. Al día de hoy aún estamos en la tarea de recuperar las cosas, de lograr que el señor Marcano asuma su responsabilidad por lo ocurrido y así mismo se ejerza un mayor control con las embarcaciones que ofrecen turismo a la Isla La Tortuga. Los hechos son materia de investigación.

Gracias al señor José,

A la gente amable de la Isla La Tortuga,

Al señor Roger por su sonrisa,

A Freddy, Alexander y Mariana,

A los Guardacostas,

A Dios,

y al mar por habernos tratado bien en medio de todo….

Tomado de: https://alemelendezg.wordpress.com

La Reseña en medios

Asi fue reseñado  en el portal http://www.onsa.org.ve/

L/M Elizabeth (Carenero)

Notapor ONSA/VE » Lun 25 Ene, 2016 1:31 am

Caracas, 18/01/2016
Declaración de hechos hundimiento Elizabeth

Aproximadamente a las 10:15 am del día 16 de Enero del 2.016 a bordo de la embarcación Elizabeth, faltando 11.5 millas náuticas de pta Arenas se escucho un fuerte impacto seguido de una vibración del lado de babor, seguido a esto empezó a hacer agua el camarote principal ubicado en popa.

Las bombas de achique comenzaron a trabajar pero constato que el daño era mucho mayor de lo que se pensaba, se había perforado el casco en tres (3) sitios distintos del lado de babor justamente por dónde va la propela de dicho lado, tres (3) perforaciones de tamaño considerable, se procedió a ponerle chalecos salvavidas a todos abordo, se lanzo el bote auxiliar al agua se lleno de suministros. (agua, alimentos no perecederos, gasolina, un (1) teléfono satelital y una (1) tablet con sistema de navegación Garmín.

Todo lo relatado anteriormente ocurrió en un lapso no mayor a 10 min, desde el fuerte impacto hasta el total hundimiento del yate. Se hicieron los llamados de MAYDAY por el canal 16 en repetidas ocasiones sin obtener respuesta alguna tanto de embarcaciones cercanas como de guarda costas de dicha isla.

Luego del total hundimiento del yate Elizabeth no estuvimos más de 15 min a la deriva ya que un peñero que venía más atrás presencio todo lo ocurrido y se acerco al lugar junto a otros tres (3) peñeros mas , los cuales nos rescataron para llevarnos a cayo herradura. Al cual arribamos cerca de las 12 pm, una vez estando en cayo herradura se procedió a contactar con las personas de barlotour para gestionar hospedaje y comidas de todas las personas abordo.

Daniel De Andrade.
C.I.: 16.526.576

Tomado de:
ONSA Venezuela | +58 (212) 715 7105
info@onsa.org.ve | http://www.onsa.org.ve
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En la playa la vida es más sabrosa

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